Paseantes que miran de reojo el mar. Paseantes que no se atreven a cruzar la arena, de quitarse los zapatos y los calcetines y adentrarse en ese suelo esponjoso, como es el de la arena de la playa. Son dias otoñales, donde el sol intimidado roza la piel en mediodía. Son momentos impagables donde quien se ateve a cruzar la linea de la tierra, disfruta de sentarse en ese suelo movedizo sin alma a su lado.
Días de otoño, con cielos amenazadores, que te invitan a ponerte una parca y zapatos de invierno y olvidarte del agua del mar.
Pero como un cuadro del del realismo en manos del gran pintor de este movimiento, el francés, nacido en Ornans, Gustave Courbet. Esta instantánea, igual que Courbet que iba en contra de los formalismos rígidos de la sociedad, el mar forma parte del cuadro del otoño, del invierno. Si en verano este paisaje significaba frescor, diversión, hoy, en noviembre, el océano no es nada más que tranquilidad, goce y disfrute de la soledad y de la expresión de las olas que rompen en la orilla. Esa calma que que transmite el aislamiento en frente de esa inmensidad. Paisajes realistas con pensamientos y características de lo más romántico, de un Friedrich, en el "Monje en el mar".
Miradas
Más allá del ver está el mirar
domingo, 4 de noviembre de 2012
domingo, 21 de octubre de 2012
ESTÍMULOS. MAGDALENAS O ÁRBOLES
"En el mismo instante en que ese sorbo de té mezclado con sabor a pastel tocó mi paladar... el recuerdo se hizo presente... Era el mismo sabor de aquella magdalena que mi tía me daba los sábados por la mañana. Tan pronto como reconocí los sabores de aquella magdalena... apareció la casa gris y su fachada, y con la casa la ciudad, la plaza a la que se me enviaba antes del mediodía, las calles..." (Extracto. Proust. El mundo perdido)
La magdalena de Proust,
esa muestra de los estímulos. Algo que te recuerda algo. Al verlo, al olerlo,
al tocarlo, al sentirlo. Se despliegan dentro de uno mismo algo especial. Se han
puesto en marcha los recuerdos, las sensaciones de aquel momento, de aquel día,
aquellas horas.
La magdalena de Proust
pues, no se aleja demasiado al árbol de esa chica, ese lugar que al verlo, que
al volver a tocarlo algo dentro de ella se le remueve. Salen
de las entrañas de sus recuerdos momentos, imágenes escondidas y pensaba que,
olvidadas.
Es entonces que:
Una plaza
cualquiera, una librería, un restaurante, un café, un sillón.... Lugares, objetos,
colores, texturas, olores, llegan a ser, a veces el lugar, el sofá, el café.
Aquel determinante indefinido pasa, sin saber porque, a ser un determinante
definido, con puntos, señales, recuerdos, historias inimaginables.
Ese árbol, aquella
rama, dejó de ser simplemente un objeto en medio de una plaza, y a partir de un
día fue el árbol, su árbol. Aquel árbol donde apoyada, mirando el correo en el
móvil, escuchando música, le vio, le escuchó la voz por primera vez y le vio
sonreír.
Hoy ese árbol, ha
dejado de ser uno cualquiera, ha dejado de ser un árbol para ser el árbol. Para
ser el sitio donde empezó aquella historia.
Ahora, años después, al ver ese árbol de nuevo, ese árbol actúa como la magdalena de Proust actuó en su día. És, pues, un estimulo que hace que se disparen sensaciones, recuerdos.
La mirada de ese objeto, de tonalidades marrones, hojas verdes, amarillentas, su olor a mojado los días de lluvia, su textura rugosa.. le hizo revivir historias del pasado, imágenes escondidas, almacenadas, aquellas que pensaba haber olvidado.
La mirada de ese objeto, de tonalidades marrones, hojas verdes, amarillentas, su olor a mojado los días de lluvia, su textura rugosa.. le hizo revivir historias del pasado, imágenes escondidas, almacenadas, aquellas que pensaba haber olvidado.
lunes, 8 de octubre de 2012
Una de oscilaciones
Marrón, ocre,
amarillo, verde, azul celeste, otros días más oscuro. Colores fríos, otros cálidos.
Algo no muy alejado de lo que nos podría presentar uno de los grandes del
postimpresionismo, Vincent Van Gogh. Sus obras, igual que el otoño, son una
mezcla de sensaciones combinadas, opuestas. A veces pues, sus pinturas parecen
de un frío helado, penetrante, escalofriante. Otras veces, sus lienzos respiran
calor, de brisa amable y agradable de la que no te quieres despegar.
Sin embargo, estas
sensaciones de contradicciones y locuras, actitud que parecía mostrar el mismo
neerlandés, aparecen en Julio, nuestro
mes de Julio. Este séptimo mes del año que, en medio de jornadas calurosas,
ardientes y de colores cálidos, de amarillos agudos como sus “Girasoles”,
aparece el fresco propio de los días de marzo o abril. Esas jornadas donde el frio
congelante del invierno va aflojando el cinturón. Aquellas fechas donde el color
marino oscuro va perdiendo fuerza, como en una magnifica obra del mismo Van Gogh,
“La siesta”, allí el azulado de la ropa
de los asistentes va derramando esa ímpetu de la que hablaba. Aunque, es
verdad que la frialdad del cielo, oscuro, aguanta como en días de primavera.
Sea lo que sea el
otoño da la bienvenida a los días cortos, a la calidez por su frialdad, a la
luz por su oscuridad, al fuego, por su humedad.
Las primeras semanas
de este otoño, sin embargo, son como los "Girasoles" de Van Gogh, días cálidos.
jueves, 20 de septiembre de 2012
"Todos los días aquí son increíbles"
22 protagonistas, a
veces más de 90.000 personajes
secundarios y un escenario de dimensiones enormes, 105m x 68 m. El estadio del
FCBarcelona, conocido como el Camp Nou es el origen de cánticos, de letrillas,
de emociones que han dado y dan la vuelta al mundo. El recinto pues, es el nido de muchas historias, de muchas
anécdotas, de muchas sonrisas y también de muchos lloros.
Todos los asistentes
de las instalaciones azulgranas siguen, sin darse cuenta, una misma pauta
cuando llegan al campo: encontrar el asiento correcto, ponerse cómodo, discutir
jugadas pasadas, hablar del tiempo. Entre disputa, conversación, risas y ruidos
de bolsas de frutos secos abriéndose, cerrándose, se empieza a escuchar de
fondo una melodía que obliga inconscientemente a los espectadores a dejar
aquello que hacían para atender a esa música, aquella letra del himno del Barcelona,
con la que se sienten, éstos, identificados.
Entre esta gente, María, de apellido Matons me hace una señal, que
pienso que significa que me siente, que escuche y que ahora hablamos. Un
silencio contamina el teatro azulgrana, justo antes que los intérpretes salten
al escenario para representar la obra que dura 90 minutos, aunque a veces un
poco más.
Cuando todo esto
termina, los personajes secundarios, algunos
frotándose los brazos para que la piel de gallina desaparezca, vuelven a tomar asiento y entre ellos, una
mujer de 77 años, quien anteriormente la he presentado, como María Matons.
Ella, se pone las gafas, igual que su amiga, se prepara sus atuendos: Camiseta
del Barcelona, los frutos secos, y sobretodo la virgen de Montserrat, que no
suelta en todo el partido de su mano derecha.
María, es socia,
pero hace tanto tiempo que lo es que no se acuerda de los años que viene y va
del campo a casa, o de casa a los distintas ciudades y países donde ha jugado
el equipo azulgrana. Sus último desplazamiento fue en Madrid, al campo del
eterno rival, en la final de la Supercopa de España. Antes de esa parada,
Moscú, Wembley, Roma, Paris y distintas ciudades españolas. La señora Matons al
querer recordar un momento feliz, con un gesto fuerte, y moviendo la cabeza de
derecha a izquierda explica que “en el
Camp Nou todo es tan bonito, todos los días aquí son increíbles”.
Antes de irme, María
me paró me aclaró que “hasta en los momentos más difíciles, aquellos días
cuando el Barça no ganaba, cuando el estadio estaba vacío y la gente no
confiaba en ellos, yo venia para animar a los jugadores y siempre, por
supuesto, con la virgen en mano” e incluso “cuando una vez el Barça jugó contra
el Sevilla a las 12 de la noche, estábamos aquí”, acabó .
No solo ella cuenta
su relación, casi matrimonial con el club, con los colores del equipo, sino que
en medio de estas 90.000 personas, en medio de esos miles de amantes del espectáculo
del futbol, las historias familiares, de amor, de amistad, nacen y emergen de
las gradas del estadio, de los alrededores de éste. Es por esto que, el Barcelona es mucho más que un club.
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jueves, 30 de agosto de 2012
El color de la evasión
60 millones de años
de vida, 8 kilometros de distancia, muchas historias y aún mucha vida por
recorrer. El verde, el azul, el marrón, el ocre, el gris, son los protagonistas
principales de este maravilloso paraje. Una inmensa paleta de colores planos,
otras veces mezclados. Colores fríos, calientes. Algunos con tonos sombríos,
otros amarillentos, azulados. Estas pequeñas pinceladas que todas juntas hacen
algo muy grande, enorme, increíble. Al final de prados verdes, muy verdes, de tono amarillento, un tanto humédo por las lluvias continuas de la tierra. A los últimos metros de un camino eterno de color esperanza, unas rocas furiosas pero amables a la vez dan la bienvenida. Lo mismo hace el agua, el viento, la luz. En esa parte alejada de todo lo urbano los cinco sentidos se disparan al ritmo de las céilidh. El ruido del agua, las vistas al horizonte, el sabor a lo natural, el tacto de las rocas, el olfato a libertad.
Los Acantilados de
Moher (Irlanda), se encuentran en la costa del océano Atlántico. Éstos que, literalmente significan “acantilados de la
ruina”, traducción que poco tendría que ver con la realidad con la que nos encontramos. Éstos forman parte de las 7 maravillas del mundo y son parada obligatoria para todos los curiosos de la tierra irlandesa. Es un lugar que te libera,
que nada tiene que ver con la ciudad cosmopolita como Dublin, como Barcelona…
como muchas capitales del mundo.
Es pues, evasión, una de las palabras que definiría este
accidente geográfico con tantos millones de vida y de tantos que le queda. Famoso
por sus colores, su paisaje, su luz, sus sombras, su gente, su fauna su
respiración.
domingo, 12 de agosto de 2012
Homo homini lupus
Calor, mucho calor. Se siente aquella gota de sudor que se desliza por la frente, hacia los ojos, aunque las pestañas frenan la rapidez de ella. Aún así, ella sigue cayendo, poco a poco, hasta rozar los labios. Es un tanto salada, sabor que despierta aquel verano, al agua del mar. Pero ese recuerdo momentáneo deja de ser al notar el cuerpo arder y ver como nuestros bosques se carbonizan y ese color verde pastel tan característico de ellos, vivo, se esfuma en cuestión de segundos. De ahí que Franz Marc, el pintor del expresionismo alemán, aparezca en nuestras mentes con su Destino de los animales. Caballos, zorros revelando dolor en medio de los árboles, arbustos. Dibujados con líneas violentas, demasiado rectas, de colores ahogados, con un destacado negro en el verde, negro en el rojo, negro en el amarillo. Todo con un tono apagado.
Estas imágenes pues, no se alejan de lo que este verano esta ocurriendo en tierras españolas. Más de 21.000 fuegos que han devorado millones de hectáreas, familias, casas, vidas. Cómo dijo Hobbes, “el hombre es un lobo para el hombre”. Cita no escogida al azar, sino que es reveladora de datos tan ilustres como que el 65% de los fuegos de este año han sido en zonas protegidas y la mayoría de ellos provocados. En ellos la mano del hombre ha querido ser cruel y protagonista principal.
Huracanes, tsunamis, lluvias…. Son fenómenos naturales con una fuerza mortal imparable. Otros, como muchos de los incencidios provocados este 2012, han sido mortales, imparables, pero evitables.
Recuerdo a todas las
familias afectadas
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