Paseantes que miran de reojo el mar. Paseantes que no se atreven a cruzar la arena, de quitarse los zapatos y los calcetines y adentrarse en ese suelo esponjoso, como es el de la arena de la playa. Son dias otoñales, donde el sol intimidado roza la piel en mediodía. Son momentos impagables donde quien se ateve a cruzar la linea de la tierra, disfruta de sentarse en ese suelo movedizo sin alma a su lado.
Días de otoño, con cielos amenazadores, que te invitan a ponerte una parca y zapatos de invierno y olvidarte del agua del mar.
Pero como un cuadro del del realismo en manos del gran pintor de este movimiento, el francés, nacido en Ornans, Gustave Courbet. Esta instantánea, igual que Courbet que iba en contra de los formalismos rígidos de la sociedad, el mar forma parte del cuadro del otoño, del invierno. Si en verano este paisaje significaba frescor, diversión, hoy, en noviembre, el océano no es nada más que tranquilidad, goce y disfrute de la soledad y de la expresión de las olas que rompen en la orilla. Esa calma que que transmite el aislamiento en frente de esa inmensidad. Paisajes realistas con pensamientos y características de lo más romántico, de un Friedrich, en el "Monje en el mar".
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