Marrón, ocre,
amarillo, verde, azul celeste, otros días más oscuro. Colores fríos, otros cálidos.
Algo no muy alejado de lo que nos podría presentar uno de los grandes del
postimpresionismo, Vincent Van Gogh. Sus obras, igual que el otoño, son una
mezcla de sensaciones combinadas, opuestas. A veces pues, sus pinturas parecen
de un frío helado, penetrante, escalofriante. Otras veces, sus lienzos respiran
calor, de brisa amable y agradable de la que no te quieres despegar.
Sin embargo, estas
sensaciones de contradicciones y locuras, actitud que parecía mostrar el mismo
neerlandés, aparecen en Julio, nuestro
mes de Julio. Este séptimo mes del año que, en medio de jornadas calurosas,
ardientes y de colores cálidos, de amarillos agudos como sus “Girasoles”,
aparece el fresco propio de los días de marzo o abril. Esas jornadas donde el frio
congelante del invierno va aflojando el cinturón. Aquellas fechas donde el color
marino oscuro va perdiendo fuerza, como en una magnifica obra del mismo Van Gogh,
“La siesta”, allí el azulado de la ropa
de los asistentes va derramando esa ímpetu de la que hablaba. Aunque, es
verdad que la frialdad del cielo, oscuro, aguanta como en días de primavera.
Sea lo que sea el
otoño da la bienvenida a los días cortos, a la calidez por su frialdad, a la
luz por su oscuridad, al fuego, por su humedad.
Las primeras semanas
de este otoño, sin embargo, son como los "Girasoles" de Van Gogh, días cálidos.
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