Aquella nube, baja, muy baja, a la altura de los pies. Aquella masa de vapor, espesa que nos priva, que no nos deja ver mas allá de lo que tenemos delante. Ella, el día menos pensado baja de los más alto y construye una inmensa pared, rebelde y a la vez tenebrosa. Esta especie de muralla de algodón, grisácea, desagradable, sin sustancia, molesta… ella se mete por todos los rincones, se esconde, se aleja, vuelve. Los edificios más altos, las iglesias, los pequeños comercios, la gente paseante, quedan detrás de ella difuminados. Son estos días de niebla compacta, de nubes bajas en Edimburgo que la ciudad se despierta con un nuevo decorado para ese inmenso teatro de toque medieval. Este, sin embargo, es un cuadro ya característico de la urbe siendo marca de la casa. Durante cientos de años Edimburgo se ha distinguido como la tierra de los fantasmas, de las brujas y de muchísimas leyendas de mucha tradición. Es por ello que, en esta ciudad llena de callejones, de historia, de ciudades escondidas, los fantasmas, los duendes, las brujas… son personajes familiares, formando parte del territorio. Todos, o casi todos los habitantes de la capital, conocen las historias de los protagonistas del submundo escocés.
Muchos de estos personajes nacen a raíz de 1645, cuando la peste bubónica arrasó la ciudad. Los infectados por la peste, se cuenta, que vivían en la parte de arriba de los edificios sin poder escapar, y muchos de ellos, por esta misma razón, murieron allí. Cuando todo terminó, derrumbaron los edificios, sacaron los cuerpos. Aún así, algunas almas de esos cuerpos abandonados perduraron, y se cuenta que aún lo hacen porque cuenta la leyenda que, muchos de los ciudadanos tuvieron visitas inesperadas de niños, de abuelos, de mujeres, de padres… todos ellos, espectros. Por eso mismo, los días de niebla son ideales para dar este toque fantasmagórico a Edimburgo y dar vida a las figuras de estas leyendas y mitos sobre espíritus, brujas, asesinatos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario